Buenos Aires, 10 de mayo de 2025 — El Gobierno se juega la legitimidad de las elecciones generales en octubre, pero nadie lo diría viendo cómo se está eligiendo a la empresa que contará los votos. Sin anuncio oficial, sin licitación pública, sin siquiera una hoja de ruta visible, el Correo Argentino activó un proceso de contratación a puertas cerradas, con nombre y apellido: MSA, Smartmatic e Indra. Solo ellas fueron invitadas.
El operativo de silencio no es casual: se trata de un negocio millonario, hiper sensible y cargado de antecedentes turbios. Pero esta vez, ni siquiera disimularon. La licitación para el sistema de recuento provisorio —que abarca el escaneo de telegramas, la digitalización de datos y su transmisión— se está llevando a cabo bajo modalidad privada y reservada, sin que el resto de las empresas del rubro puedan competir.
Según fuentes cercanas al armado, tres viejas conocidas del sistema electoral argentino son las únicas que accedieron al pliego técnico confidencial:
Todas con experiencia, todas con pasados cargados, todas con relaciones en despachos donde se cierran los acuerdos sin prensa ni competencia.
No hubo boletines oficiales, no hubo llamado a concurso público, no hubo oportunidad para nuevas tecnologías ni alternativas independientes. El Correo Argentino, bajo la órbita estatal, actuó como una escribanía de alguna oficina política. Todo se hizo por invitación directa y con el cerrojo informativo más conveniente: cuanto menos se sepa, mejor.
Mientras tanto, desde el Gobierno se venden discursos sobre institucionalidad y respeto a las reglas, pero cocinan en la sombra uno de los puntos más sensibles del calendario democrático.
La oposición prepara pedidos de informes, los organismos especializados advierten que esto pone en jaque la credibilidad del sistema electoral, y la ciudadanía queda —una vez más— como espectadora de un juego entre bambalinas. Nadie cuestiona que haya que contratar a una empresa para el escrutinio provisorio. Lo que se cuestiona es cómo, con qué criterios y con qué controles se lo hace.
La historia argentina ya conoce el terreno pantanoso de las elecciones sospechadas. Hoy, ese riesgo no viene del conteo en sí, sino de quién pone los dedos en el teclado, y quién eligió que fueran esos dedos.