El absurdo argentino en su máxima expresión
En Argentina ya no se mide la clase social por el barrio donde vivís, sino por cuántos ceros tiene tu home banking antes del 10 de cada mes. Y según el último informe del Instituto de Estadísticas y Censos porteño (IDECBA), una familia tipo en la Ciudad de Buenos Aires necesitó $1.167.271 en abril para no ser pobre. Leé bien: no para irse de vacaciones, no para cambiar el auto, no para ahorrar. No. Solo para no caer en la pobreza.
Pero si esa misma familia quería aspirar a ser considerada “clase media” —esa utopía del ascensor social que alguna vez funcionó—, necesitaba $1.840.530. Lo que viene a ser, más o menos, casi dos millones de pesos por mes para no ser “del montón”. Un dato que da más vergüenza que indignación. Porque, seamos honestos, ¿cuántas familias conocés que estén facturando eso? ¿Cuántas de esas no están endeudadas, colgadas de una prepaga o con la SUBE sin cargar?
La inflación en la Ciudad fue del 2,3%, según los datos oficiales. El número es lindo, claro, si te lo cuentan en un PowerPoint desde el Ministerio. Pero en la góndola, en la factura de luz, en el alquiler o en la mochila del nene, el número no baja. La única curva que se aplana en este país es la del sueldo real. Y no por mérito del gobierno, sino porque ya no hay a quién más ajustar.
Entonces, ¿cómo se llega a ese $1.167.271 mínimo para no ser pobre? Fácil:
Todo esto con sueldos promedio en blanco que, según datos oficiales, no llegan ni a $700.000. El resto lo pone el aguinaldo, el changueo, o el viejo que cobra la jubilación mínima y pone el hombro —y la tarjeta—.
Durante décadas, ser “clase media” fue el sueño del argentino promedio. Tener casa, trabajo formal, vacaciones en Mar del Plata y una heladera llena. Hoy, ese ideal quedó viejo. Ser clase media ahora es tener dos trabajos, pagar Netflix en cuotas y esperar que no se te rompa nada caro.
Los gobiernos pasan, las promesas se reciclan y la clase media desaparece. Nadie la defiende porque nadie sabe ya si pertenece o no. Y mientras tanto, las estadísticas se convierten en burlas oficiales.
Porque sí, claro, te pueden decir que la inflación bajó. Pero si necesitás casi dos palos para “vivir dignamente”, entonces ¿quién está ganando?
¿Querés saber cuánto cuesta vivir en la Ciudad? Leé el informe. ¿Querés saber cuánto cobra el que lo redactó? Preguntá en el ministerio. ¿Querés saber quién cobra por decir que “todo va mejor”? Buscá el sobre.
Está ahí, doblado, prolijo, bien cerrado.
Como la boca de los que te ajustan con una sonrisa.