
Mientras el Estado se debate entre comunicados y parches, en las aulas del Partido de La Costa los techos literalmente se caen a pedazos. Y no es metáfora. Es yeso, ladrillo y polvo sobre los bancos donde deberían estar sentados nuestros pibes.
La postal del abandono ya no sorprende: esta semana, desde Infraestructura confirmaron que inhabilitaron cinco aulas y un baño de hombres en la EES N°1 y el CENS 451 nocturno de Mar de Ajó. Las primeras, por problemas en techos y paredes. El baño, directamente sin luz. Hasta hace unos días, funcionaban como si nada.
Una vergüenza tan visible que ni la cinta amarilla alcanza para taparla.
Hace apenas unos días, se cayó parte del techo del aula de la EP N°14 en Aguas Verdes. Por suerte —o por milagro— no había alumnos adentro. No fue el viento, ni el azar, ni el destino: fue la inoperancia acumulada de años.
La secuencia se repite en loop: se denuncia, se promete, se inspecciona, se clausura, se olvida.
Los funcionarios se tiran la pelota como si estuvieran en un picadito en el playón del Consejo Escolar.
Y mientras tanto, las escuelas se desmoronan como sus discursos de “priorizar la educación pública”.
No hace falta retroceder a la infancia para ver la decadencia. En la Universidad Atlántida Argentina (UAA) —esa híbrida público-privada que se llena la boca de “compromiso con la comunidad”— también llueve adentro de las aulas. Literalmente.
Una catarata de agua cayendo sobre los pupitres, mientras los alumnos siguen la clase como si fuera normal.
El techo gotea, pero la cuota se cobra completa.
Así, el mensaje es clarito: ni la educación pública ni la privada se salvan del abandono, solo cambian el cartel de la puerta.
El relato oficial sigue firme. Desde la Provincia se habla de “planes de inversión en infraestructura”, desde el Municipio se jactan de “acompañar con mantenimiento”. Pero cuando uno pisa las escuelas, lo único que encuentra son techos húmedos, paredes rajadas y baños inhabilitados.
No se trata de falta de diagnóstico, sino de falta de vergüenza.
Porque si después de que se cae un techo lo único que se hace es mandar un comunicado y una foto con casco, es evidente que el problema no está en la mampostería.
Está en la cabeza.
En el Partido de La Costa, la educación pública se sostiene a pulmón, con baldes y fe.
Mientras los que deberían garantizar condiciones dignas se sacan selfies en inauguraciones de aulas que a los seis meses ya filtran agua.
Cada vez que una pared se fisura, también se fisura la credibilidad de un Estado que promete “igualdad de oportunidades” pero ni siquiera puede asegurar un aula seca.
Los alumnos y docentes conviven entre la resignación y el miedo: ¿qué parte del techo será la próxima en caer?
Entonces, ¿qué tiene que pasar para que reaccionen?
¿Una tragedia? ¿Una tapa nacional? ¿Una foto viral de un aula inundada?
El Estado —en todos sus niveles— actúa como si el deterioro edilicio fuera un trámite burocrático más.
Mientras tanto, los verdaderos héroes siguen yendo a dar clase entre goteras, humedad y promesas.
La política sonríe para la foto.
Y el techo, como siempre, sigue temblando.
No hay grieta cuando se trata de negligencia compartida: Provincia y Municipio son socios en la desidia.
Y mientras ellos discuten quién firma el expediente, los pibes siguen aprendiendo bajo un techo de incertidumbre.
Eso sí: el verso oficial no se raja nunca.
Desde La Costa, donde los techos caen más rápido que las excusas de los funcionarios cuando llueve.
Palabras: 987
Nivel de ironía: 9,5/10
Verdades dichas: todas, aunque duelan.
Probabilidad de respuesta oficial: baja.
Probabilidad de demanda: moderada, si leen hasta el final.
Diagnóstico final: goteras institucionales crónicas.