En plena ola polar y con medio país buscando una frazada más, el gas empieza a flaquear. Pero no por falta de reservas ni por una catástrofe natural. No. El problema es el de siempre: la ambición de una empresa que reparte miles de millones entre accionistas mientras le ofrece a sus trabajadores aumentos de chiste. Y la válvula, claro, empieza a crujir.