Mientras el morbo mediático se enfoca en crímenes sangrientos, el verdadero negocio pasa por puertos privados y un Estado cómplice.
Argentina no produce cocaína. Esa medalla la tienen, en orden, Colombia, Perú y Bolivia. Pero eso no significa que estemos libres. Al contrario: somos el pasillo VIP de la droga hacia Europa. Y ese pasillo tiene nombre y apellido: puertos privados, controles laxos y complicidad estatal.
Mientras tanto, el show mediático prefiere regodearse con historias de pibas descuartizadas, como si el morbo fuera sinónimo de periodismo. La sangre vende. La corrupción no.
No hay misterio:
Colombia produce más del 60% de la cocaína del mundo.
Perú y Bolivia completan el podio.
Argentina pone la alfombra roja.
Puertos como Rosario, Bahía Blanca o Campana se han transformado en autopistas náuticas de la cocaína. ¿El secreto? Son privados, con controles armados a medida de quienes pagan. Si alguien cree que un cargamento de 1.500 kilos de coca sale escondido en un bolso, está viendo demasiada Netflix.
Mientras la Gendarmería de Bullrich reprime a estudiantes, jubilados y trabajadores en el Congreso —para las fotos y la propaganda—, la misma fuerza se convierte en socio indirecto del negocio narco.
El operativo es simple: la violencia hacia adentro, la indiferencia hacia afuera. Se golpea a los que protestan, pero se deja pasar a los que exportan.
La ecuación es obscena: un kilo de cocaína que sale de Rosario a Amberes vale más que el presupuesto anual de un municipio chico.
¿Por qué las pantallas abren noticieros con casos policiales morbosos? Porque un cadáver rinde más rating que un contenedor revisado en un puerto privado.
Tres chicas descuartizadas → tapa en todos lados.
1.200 kilos de cocaína en Hamburgo → breve en la página 22.
El dolor íntimo se transforma en espectáculo. El crimen estructural se invisibiliza.
Acá no hay ingenuidad.
El Estado sabe.
La Justicia mira para otro lado.
Los ministros de Seguridad prefieren la foto de casco verde en la calle antes que una auditoría en un puerto.
Y la pregunta es: ¿qué negocio pesa más? ¿El de la seguridad pública o el de dejar que la droga fluya hacia Europa con olor a soja?
El narcotráfico en Argentina no se combate con slogans ni palazos frente al Congreso. Se combate donde duele: en los puertos privados, en la logística empresarial y en los despachos ministeriales.
Mientras los medios entretienen a la audiencia con casos sangrientos, los verdaderos criminales —de traje y con cuentas offshore— siguen de copas en Puerto Madero.