El Banco Central restableció restricciones de época kirchnerista: si comprás dólar oficial, no podés operar MEP ni CCL. La receta desesperada de Caputo y Bausili.
El cepo volvió. No con bombos ni platillos, sino con la discreta Comunicación “A” 8336 del Banco Central. El paper que nadie quiere leer, pero que define si podés comprar dólares o si te quedás mirando cómo se esfuman.
La regla es clara: si comprás dólar oficial, por 90 días no podés tocar ni MEP ni contado con liqui. Y al revés también. El que cruce la raya, se queda afuera.
La escena es digna de un sketch: los mismos que prometieron dinamitar el cepo con TNT suizo ahora lo reinstauran con sello PRO. Ironías del mercado argentino: los libertarios pidiendo permiso para poner un candado.
Toto Caputo y su socio Santiago Bausili se recibieron de prestidigitadores: te hablan de libertad económica, pero en la práctica aplican el manual de Sergio Massa. La única diferencia es el acento: mientras Massa lo decía con tono de acto escolar, Caputo lo vende como “prudencia de mercado”.
El discurso libertario se derrite en cámara lenta. La épica de la motosierra se transformó en la fotocopia del cepo kirchnerista.
Primero fueron los banqueros y accionistas de entidades financieras, limitados a operar con dólar oficial. Ahora, la restricción baja a los mortales que intenten hacer un “rulo financiero”. Excusa oficial: “cortar la bicicleta”. Traducción: no queda ni un pedalín de reservas.
La semana pasada ya habían tirado el manotazo del siglo: cero retenciones para el campo, sacrificando 1.500 millones de dólares en recaudación fiscal. El objetivo era claro: que las cerealeras apuren la liquidación.
El resultado, como siempre, es pan para hoy y hambre para mañana. O en este caso, dólares para llegar a octubre y un agujero negro para 2026.
Porque lo que nadie dice en voz alta es que el gobierno no puede usar los dólares del FMI para intervenir. Están maniatados: si quieren hacer caja, necesitan medidas desesperadas.
El FMI y el Tesoro de Estados Unidos piden libre flotación. Caputo asiente con cara de alumno aplicado, pero en el pizarrón anota lo contrario: más cepo.
¿Por qué? Porque sabe que soltar el dólar oficial hoy sería como abrir la jaula de un tigre en pleno cumpleaños infantil. El tipo de cambio se dispararía a las nubes y la campaña se terminaría en 24 horas.
El Plan A (flotación) está guardado en un cajón con candado. El Plan B es estirar el alambre hasta las elecciones. Y para eso, cada medida cuenta: frenar al campo, frenar a los bancos, frenar al minorista que quiera timbear. Todo vale con tal de llegar a octubre con un dólar artificialmente “tranquilo”.
Caputo juega a dos bandas: endurece el cepo en Buenos Aires y manda emisarios a Washington a pedir dólares frescos. Sueña con que después de las elecciones el Tesoro de Estados Unidos le abra la canilla, más allá de swaps y préstamos menores.
Pero el mensaje fue clarito: Scott Bessent, desde el Tesoro, aclaró que todo depende del resultado electoral. Traducido: no hay un dólar gratis hasta que veamos quién gana.
El gobierno que prometía libertad terminó sacando un candado reciclado del depósito kirchnerista. Lo llaman “prudencia”, lo disfrazan de “corte al rulo”, pero todos saben que es el viejo y querido cepo.
La pregunta no es si este cepo alcanza, sino cuánto más se puede apretar la soga antes de que empiece a crujir la economía real. Porque mientras Caputo juega a tapar agujeros, la inflación no frena, los salarios no alcanzan y los dólares siguen sin aparecer.
La motosierra se transformó en destornillador. Y lo que era un grito de “¡libertad!” hoy suena más a un susurro con candado.