Este domingo los porteños se enfrentarán a un sistema de votación que, bajo la promesa de modernidad, esconde interrogantes que nadie quiere responder. La Boleta Única Electrónica llega para reemplazar el método tradicional, pero lo hace con más sombras que luces.
El principal problema radica en que todo el proceso depende de máquinas cuyo funcionamiento interno es un misterio. A diferencia del voto tradicional -donde cada boleta física puede ser contada y verificada-, aquí el conteo final depende de lo que diga un software que nadie puede auditar completamente.
El código fuente no es público
No hay verificaciones independientes del sistema
Los fiscales partidarios solo ven lo superficial
¿Qué impide que alguien, en algún momento, manipule los resultados? La respuesta oficial es “nada puede fallar”, pero la realidad muestra otra cosa.
En experiencias anteriores con sistemas electrónicos:
En 2015 hubo máquinas que emitieron votos incorrectos
En 2019 se reportaron problemas de carga y transmisión de datos
Siempre se habló de “fallos técnicos” cuando algo salió mal
Lo preocupante es que estos “errores” siempre benefician a alguien, pero nunca hay responsables. Cuando el voto es electrónico, el reclamo se vuelve casi imposible: ¿cómo demostrar que la máquina votó por vos?
El único respaldo físico es un ticket que imprime la misma máquina sospechosa. No hay boletas originales para contrastar, no hay forma de hacer un recuento paralelo confiable. Si el sistema dice que ganó X, aunque todos recuerden haber votado Y, no habrá forma de comprobarlo.