Billboard desembarca en la Costa Atlántica y toma el Estadio de la Costa. El proyecto promete shows y desarrollo, pero también despierta preguntas clave.
✍️ Por Dante Villegas | Ensobrados.com.ar
Luces, sonido, negocio: que no te tapen los decibeles
Billboard en la Costa Atlántica ya no es un titular: es una jugada concreta. La emblemática marca internacional de música tomó el control de la programación del renovado Estadio de la Costa, ubicado entre San Bernardo y Mar de Ajó.
Pero lo que se presenta como un salto cultural para la región también abre interrogantes:
¿Es solo una apuesta por la música en vivo? ¿O estamos frente a un movimiento de poder y branding con más peso económico que artístico?
Lo concreto es que el Estadio de la Costa —cerrado durante años y reabierto en abril tras una millonaria inversión de la familia Ricchezza— volvió al mapa con una infraestructura de alto nivel:
Más de 10.000 m² cubiertos
Capacidad para 14.000 personas
Sonido, luces y condiciones técnicas a la altura de cualquier venue internacional
Hasta ahí, buenas noticias. Pero el golpe real lo da la llegada de Billboard, que no es solo un medio de comunicación: es una maquinaria global de contenidos, branding, marketing musical y posicionamiento comercial.
Que Billboard en la Costa Atlántica no sea una postal más tiene sentido. No es romanticismo por el mar ni nostalgia por los recitales de los ’90. Es estrategia.
Desde la empresa aseguran que creen “en el poder de la música como motor turístico, identitario y transformador”.
Pero también saben que cada verano millones de turistas llenan la región, con billetera en mano y ganas de consumir experiencias.
Programar shows no es solo una apuesta cultural. Es capturar una plaza estratégica, monetizar audiencias en tiempo real y proyectar influencia territorial.
El estadio ya fue reestrenado con nombres como Alejandro Lerner, Axel y Turf. Pero eso fue solo el aperitivo.
Para el segundo semestre de 2025 y la temporada 2026, Billboard promete una grilla con artistas nacionales e internacionales, experiencias inmersivas, transmisiones en vivo, contenido editorial y activaciones comerciales cruzadas con discográficas, marcas y agencias.
No se trata solo de recitales. Se trata de agenda.
Y de quién la controla.
La Costa Atlántica no es un lugar neutral. Tiene historia, identidad, barrios populares, turismo de masas y una estacionalidad brutal que limita el desarrollo cultural sostenido.
Por eso, que una marca como Billboard elija este punto exacto para plantar bandera no es un hecho menor: es lectura de mapa.
Cuando el Estado se retira, el capital privado avanza. Y lo hace con su propia lógica: eficiencia, escala, rentabilidad y control de escena.
Desde el discurso institucional se promete desarrollo económico, empleo, turismo fuera de temporada y “sinergia con el ecosistema comercial”.
Todo eso suena bien. Pero la verdadera pregunta es otra:
¿Habrá lugar para bandas emergentes, talleres, festivales comunitarios y ciclos de formación?
¿O el Estadio de la Costa será solo una gran caja de resonancia para los nombres de siempre, con acceso a base de manager, booking y sponsors?
Este desembarco puede ser una oportunidad real para dinamizar la cultura en la provincia de Buenos Aires. Pero también puede ser otra muestra de concentración, donde unos pocos ocupan todo el espacio con el pretexto de “profesionalizar”.
Para que sea lo primero, se necesita más que luces y hashtags.
Hace falta política cultural, gestión territorial y participación real de la comunidad.
Lo que pasa con Billboard en la Costa Atlántica es síntoma de algo más profundo:
El Estado se corre.
Los medios independientes sobreviven a los golpes.
Las marcas toman el escenario.
No está mal. Pero no es neutral.
Billboard no viene a salvar la cultura por amor al arte. Viene porque hay mercado, turistas, y un estadio listo para ser explotado. Y como siempre, la música queda en el medio: entre el arte, el negocio y el vacío.
Ojalá esta nueva etapa sirva para construir algo más que selfies en la platea.
Porque si la música no transforma, solo entretiene.
Y si solo entretiene, entonces la cultura ya no es motor: es distracción.
Y eso, en este contexto, es lo que menos necesitamos.
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