Alejandro Kim dice que viene a renovar el peronismo. Que lo suyo es auténtico, puro, sin los vicios del Frente de Todos ni las roscas de siempre. Pero basta rascar un poco para ver que el envase cambia, el contenido no. Otro candidato que recita lo viejo con tono nuevo. Otra promesa de “representar al pueblo” que, en realidad, busca una silla más en la mesa chica.
De origen coreano, Kim será candidato a legislador porteño por el partido Principios y Valores, el sello de Guillermo Moreno, un nombre que representa todo lo que el peronismo debería dejar atrás… si realmente quisiera renovarse. Pero no. Acá se recicla. Se rearma. Se rebautiza. Y se sale de nuevo a la cancha con la misma receta: un poco de épica, algo de furia, cero autocrítica.
En el programa Comunistas (sí, así se llama), Kim apuntó contra Leandro Santoro y el Frente de Todos. “¿Qué cambio hubo?”, preguntó con falsa ingenuidad. Ninguno, claro. Pero el problema no es que Santoro haya fracasado: el problema es creer que Guillermo Moreno es la respuesta.
Kim se presenta como el vocero de los que nunca fueron escuchados, pero ya está repitiendo el manual del político medio: atacar a los que están para ocupar su lugar. No habla de propuestas concretas, pero se llena la boca de “orgullo peronista”. No explica cómo, pero asegura que él sí “entiende al pueblo”.
Dice rechazar un acercamiento a Santoro porque “representa el fracaso”. Pero, ¿Moreno representa el éxito? ¿El tipo que fue la caricatura más ruidosa del kirchnerismo duro? ¿El que hablaba con crucifijo en mano mientras fundía las estadísticas del INDEC? Esa es la renovación que se ofrece: cambiar de rostro para que nada cambie.
También le tiró a Horacio Rodríguez Larreta, preguntando “¿Volver para qué?”. Buena pregunta. Podríamos devolverle el gesto: Kim, ¿venir para qué? ¿Para sumar otra ficha a la interna peronista, ahora con traje y discurso “del barrio”? ¿Para armar un bloque que funcione como bisagra útil al mejor postor?
En el fondo, Alejandro Kim no es ni outsider, ni disruptivo, ni distinto. Es otro dirigente que aprendió el juego, eligió su padrino (Moreno), consiguió su sello (Principios y Valores) y va por su lugar en la Legislatura. Porque la renovación, en este país, se hace con archivo.
Y en Buenos Aires, el que grita más fuerte, también quiere su sobre.