
Mientras el secretario de Energía Daniel González habla de “racionalidad”, miles de familias en la Costa Atlántica se preparan para el invierno sin abrigo. El Gobierno insiste en que la Zona Fría es una “muy mala ley: regresiva, deficitaria e injusta”. Claro, injusta… pero solo cuando el termómetro baja para los demás.
Porque en el Presupuesto 2026, el beneficio quedará reducido a su versión original de 2002. Traducido: 77 municipios de la provincia de Buenos Aires se quedan afuera del descuento, incluyendo a los costeros, donde calefaccionarse es casi un deporte extremo.
Según el funcionario, el plan es simple: los ricos (N1) pagan todo, los pobres (N2) un poco menos y los del medio (N3) algo intermedio.
Lo que no dice es que esa “gradualidad” es apenas un eufemismo para un tarifazo bien pulido.
“El peor escenario es pagar barato pero no tener energía”, dijo González.
Hermoso. Es como decirle a alguien con hambre que el problema no es la falta de comida, sino la expectativa de comer todos los días.
En números:
60% de la población aún recibe subsidios.
El objetivo oficial es reducir el gasto energético del 0,66% al 0,50% del PBI.
Y, de paso, achicar la Zona Fría, ese beneficio que en 2021 había ampliado Alberto Fernández, pasando de 850 mil hogares a 4 millones.
Claro, para el relato libertario eso es una herejía: demasiada gente calefaccionada al mismo tiempo.
Hoy, una jubilada de la Costa con una factura promedio de $30.000 mensuales paga gracias al subsidio unos $21.000 menos.
Pero si se concreta el recorte, pasará a pagar $51.000.
Sí, $51.000 por no morir de frío.
Y mientras tanto, desde el Gobierno aseguran que “un jubilado de La Matanza paga un 7,5% más de su factura para subvencionar a los de Mar del Plata”.
El mensaje es claro: si tenés mar, bancate el gas.
González la llamó “una ley regresiva e injusta”.
Pero regresivo es sacar subsidios en zonas donde el gas no es un lujo sino una necesidad vital.
Injusto es que el costo de esa decisión se sienta en los hogares más frágiles de la Costa, Tandil o el sur bonaerense, donde las heladas no entienden de ideología.
La verdadera injusticia es que el Estado se calienta con las mineras, con las petroleras, con los grandes exportadores, pero enfría el living de los jubilados.
Lo que Milei llama “cambio de paradigma” es, en realidad, una poda de derechos envuelta en tecnicismo.
Se bajan los subsidios, se suben las tarifas y se repite el mantra del “costo real de la energía”.
Todo mientras los mismos que piden “precio real” siguen pagando el gas a precio político en Puerto Madero.
El gobierno congela los beneficios y calienta los precios.
Los discursos hablan de eficiencia, pero los números gritan desigualdad.
Y si el invierno viene bravo, al menos quedará el consuelo oficial:
“No te quejes, ahora pagás más, pero tenés energía”.
Dante Villegas, desde la Costa Atlántica,
donde el frío no perdona y el gas cuesta más que una semana en Brasil.