Se repite la historia, y no es cuento. Otra madrugada, otro pibe de 26 años menos en San Clemente.
Saliendo de una cervecería, con la noche de testigo, la moto lo escupió en Costanera y calle 4. ¿Accidente o crónica de una muerte anunciada? Acá te desmenuzo la realidad que nadie quiere ver.
La noche del sábado se tiñó de sangre, como tantas otras en la Costa. El protagonista de esta tragedia, un pibe de 26 años, terminaba su juerga con amigos. El relato oficial es conciso: “perdió el control de la moto y cayó de manera violenta”. ¿Qué hay detrás de esa frase aséptica? ¿Alta velocidad? ¿Alcohol? ¿Ambas? Lo cierto es que, en un acto desesperado, sus amigos lo cargaron y lo llevaron al hospital local. Pero ya era tarde. El traumatismo torácico severo fue una sentencia. A pesar de los esfuerzos del personal médico, que batalló con maniobras de reanimación, el shock hipovolémico por politraumatismos se lo llevó. La autopsia, esa que no miente y desnuda la crudeza, solo confirmó lo que ya sabíamos: otro pibe más en la lista de víctimas evitables.
La UFID N°1 de Mar del Tuyú está a cargo de la investigación, mientras la Policía Científica hace las “pericias correspondientes”. Pero seamos honestos, ¿cuántas veces estas pericias derivan en algo que realmente cambie la situación de fondo? Se arma el expediente, se archiva, y la rueda de la muerte sigue girando. ⚖️
Esto no es un caso aislado, gente. Mientras la tinta del certificado de defunción de San Clemente se secaba, nos enterábamos de otra tragedia en Lucila del Mar: un pibe de 22 años perdió la vida al chocar su moto contra un auto. Dos muertes en cuestión de horas, en la misma región. ¿Coincidencia? ¿Mala suerte? ¿O la punta del iceberg de un problema endémico que las autoridades prefieren ignorar o maquillar con campañas vacías?
Los números no mienten y son más crudos que la carne sin cocinar. En Argentina, 4 de cada 10 muertes por siniestros de tránsito son de motociclistas. Y si hablamos de la franja etaria, los pibes entre 15 y 34 años son las principales víctimas, concentrando el 37% de los fallecidos, y el 76% de ellos son varones. No es una coincidencia, es un patrón. ¿Será que la moto, en muchos casos, es la única opción de movilidad económica en un país de bolsillos flacos? ¿Será que la falta de un transporte público eficiente y accesible empuja a la gente a subirse a estos fierros sin la debida formación ni las protecciones adecuadas?
Nos venden el cuento de la “educación vial” como la panacea, pero la realidad es que el sistema es un colador. Se entregan licencias con criterios laxos, se hacen cursos de manejo que son una tomada de pelo y la calle se convierte en una jungla sin ley.
Las políticas de seguridad vial parecen escritas en un manual para países escandinavos, mientras acá la realidad nos golpea en la cara con cada nuevo parte de defunción. Hablan de “planes estratégicos” y “programas de formación”, pero en la práctica, se sigue muriendo gente joven, la más vulnerable.
La “reflexión” post-muerte es tan efectiva como un paracaídas descosido. ¿Cuántos pibes más tienen que quedar desparramados en el asfalto para que a alguien se le prenda la lamparita? ¿O vamos a seguir con el “pobrecito, qué mala suerte” mientras la rueda sigue girando y cobrándose vidas, especialmente entre los más jóvenes y los que buscan en la moto una salida laboral o una forma de moverse en un sistema que no les da más opciones?
¿Vos le creés a las excusas oficiales o ya estás guardando screenshots para el escrache público que se merecen quienes miran para otro lado? Compartí esta nota y dejá tu comentario. El asfalto no perdona, pero nosotros no deberíamos olvidar.
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