Gobernadores de rodillas, empresarios abrazando fantasmas, y una postal que se repite: en Argentina, los pactos se firman con tinta invisible.
1. El pacto que no era pacto
Se firmó el 9 de julio, con tono de épica fundacional y coros de protocolo. Lo llamaron “Pacto de Mayo” aunque no fue en mayo. Pero no importa la fecha, importa el humo: diez puntos, mil promesas y cero medidas concretas.
La firma fue acompañada por 18 gobernadores, entre ellos el de Córdoba, Martín Llaryora. Lo que no se firmó fue una mejora fiscal, una baja de impuestos, un plan de inversión o una hoja de ruta productiva. Eso quedó “para más adelante”.
Spoiler: en Argentina, más adelante significa nunca.

2. Córdoba: el modelo que no despega
Desde las cámaras empresariales cordobesas se dijo “vamos a trabajar en la implementación del pacto”. Lo que no dijeron es que llevan 30 años “trabajando” en reformas y siguen empantanados en un sistema impositivo asfixiante, un Estado bobo y una producción sin estímulos.
Córdoba fue presentada como el ejemplo de provincia moderna. ¿Pero cómo anda la industria cordobesa hoy? Mal. Entre caída del consumo interno, aumentos en los costos energéticos y cero acceso al crédito, muchas pymes no esperan reformas: esperan sobrevivir.
El problema no es la teoría liberal. El problema es que se la predica desde el atril mientras la presión impositiva te asfixia con más de 160 tributos distintos. Reforma tributaria, dicen. Pero nadie toca Ingresos Brutos. Nadie baja tasas. Nadie simplifica nada.
3. El nuevo federalismo: firmá, sonreí y andate callado
Los gobernadores firmaron esperando oxígeno. Pero el sobre que recibieron no traía plata: traía instrucciones.
Y no todos los gobernadores firmaron: los más afectados por los recortes discrecionales —como Buenos Aires, La Pampa y Formosa— dijeron “gracias, paso”.
¿Y los que firmaron? Esperaban una zanahoria fiscal. Les tocó más ajuste. En muchos casos, ya no hay obra pública provincial, los sueldos estatales se pagan en cuotas, y el discurso es el mismo: “estamos comprometidos con el cambio”.
La verdadera pregunta es: ¿cambio de qué? ¿Del modelo? ¿O del amo?
4. Pacto de obediencia: el nuevo contrato social
Las cámaras empresarias aplauden por reflejo. Ya nadie quiere quedar afuera del club de los obedientes.
Pero mientras hablan de “inserción en el mundo”, las fábricas no pueden exportar porque no tienen insumos, los transportistas están fundidos por el gasoil y el Banco Nación sólo ofrece créditos de fantasía.
En los hechos, el pacto no cambió nada. Solo le puso marco teórico a lo que ya estaba pasando: un ajuste brutal, unilateral y sin hoja de ruta. Las provincias firman, la Nación recorta, y las empresas pagan los platos rotos.
5. La gran estafa consensuada
El “nuevo contrato social” del que habla Milei es unidireccional: vos cumplís, él no garantiza nada.
No hay metas. No hay mecanismos de control. No hay presupuesto. Hay solo diez puntos abstractos y una lapicera que firma recortes mientras predica libertad.
Las provincias no ganaron poder. Perdieron independencia.
Las empresas no ganaron competitividad. Perdieron clientes.
Y los ciudadanos no ganaron derechos. Perdieron voz.
Conclusión:
El Pacto de Mayo no es un acuerdo. Es un acto simbólico. Es un gesto de rendición.
No busca integrar, sino subordinar. No busca desarrollar, sino recortar.
En un país donde cada promesa viene con un sobre, este pacto no fue la excepción.